Desde el siglo XV, una nueva idea del hombre y del mundo impregna el arte europeo. Es un periodo de transición que proviene del gótico y, a la vez, un tiempo de novedad que anuncia el Renacimiento.
El arte de tema religioso se hace eco de la necesidad de una espiritualidad más subjetiva e inventa un nuevo lenguaje, más cercano a la realidad humana, que exalta y explora el mundo terrenal.
La nueva técnica del óleo permite la trascripción de los detalles más exactos de las cosas y los seres. Los artistas comienzan a tener prestigio y nombre propio, y llegan a una Castilla repleta de vitalidad, procedentes de los talleres europeos más activos, como Flandes, Borgoña, Suabia o Bohemia. A ellos se añaden los artistas hispanos que dominan los recursos flamencos y quienes, como Pedro Berruguete, introducen las primicias del Quattrocento italiano.