Las prácticas sanitarias de la mujer en la época moderna eran reconocidas y altamente valoradas por sus coetáneos. No obstante, la imagen de estas prácticas trasmitidas por las fuentes archivísticas es parcial y estereotipada. En el Día Internacional de las Mujeres vindicamos desde el ACA su trabajo individual como parteras, comadronas, matronas o sanadoras.
En nombre propio, detalle sobresaliente porque el anonimato es una característica universal del trabajo femenino, tres mujeres: Magdalena Fenollet, Josefa Medina y Joana Ruiz, nos trazan algunos rasgos de la atención sanitaria que ejercían de manera empírica. Curaban dolencias varias (se cita el “mal de rabia” o remedios “a las muxeres que padecen enfermedades en los pechos”) pero también trataban con gran habilidad fracturas y dislocaciones de brazos y piernas. La práctica sanitaria era ejercida por los gremios y colegios de médicos y cirujanos, que excluía a la mujer de una formación reglada. Sin acceso a la instrucción formal gremial o en facultades médicas, estas mujeres no podían examinarse y demostrar su competencia ni conseguir licencia para ejercer. Esta delimitación enmarcaba la solicitud a las autoridades de estas sanadoras en un doble objetivo. Oficializar su competencia médica aprendida en el seno de la familia al lado de abuelas y madres. Y conseguir un salario o gratificación, sin que se las acusara de intrusismo por parte de los médicos y cirujanos agremiados.
Su principal argumento es la utilidad práctica y beneficio sobre la salud que su pericia -aluden algunas que era un don otorgado por Dios- produce sobre todo entre pobres o desahuciados. Estas fuentes archivísticas testimonian un afán de igualdad derivada de una conciencia de su capacidad y conocimiento experto.