El desnudo femenino, asunto recurrente en la Historia del Arte, presenta múltiples lecturas a lo largo de los siglos. La armonía, la perfección y la belleza de la antigüedad clásica dieron paso a una belleza carnal, enmascarada en las representaciones mitológicas, que despertó el deseo, la seducción y la sexualidad del Barroco, aspectos que se acentuaron en el siglo XIX. Pintores, escultores, grabadores, fotógrafos... recurrieron, una y otra vez, al desnudo que alcanzó, en esta centuria, grandes connotaciones sexuales, convirtiéndose la mujer en un objeto para ser mirado y el hombre, el artista, en el sujeto que la mira, en un espía de vidas ajenas, en un mirón u observador, en un voyeur. Esta transformación la podemos ver reflejada en la obra del escultor francés Claude Michel Clodion, La toilette, donde captó a una prostituta en un momento de intimidad durante su aseo personal (Museo Lázaro Galdiano).
La expansión colonialista de Europa por el norte de África y Oriente Medio, permitió a los artistas la visión de un mundo hasta ese momento desconocido e inaccesible, lleno de exotismo, misterio y sensualidad que plasmaron en pinturas, estampas, fotografías y en todo tipo de objetos mediante la representación de odaliscas o del erotismo del harem. La desnudez que en muchas sociedades era habitual y sin connotaciones, se convirtió a los ojos de los europeos en deseo, en un comportamiento sexual promiscuo.
Al observar las piezas de esta sección comprobamos que la mujer es un objeto visual, una visión, el hombre, tanto el artista como el espectador, es el protagonista principal y ve la desnudez no tal cual es, sino como la quiere ver.