El pudor, las formas y lo políticamente correcto han estado desde siempre en la superficie del comportamiento social. Sin embargo, bajo esas apariencias de maneras delicadas subyacen las bajas pasiones. Instintos, preferencias, inclinaciones que no han de traslucir jamás en el ámbito público pero que en la intimidad tienen cabida. Incluso a veces en pequeños objetos de uso cotidiano o personal, se esconden imágenes sexualmente explícitas para recreo de la vista y vuelo de libidonosas ensoñaciones de su propietario. A su discrección queda el mostrarlas a otros como secreto o como jactancia.
Porque tenemos que hablar en masculino de la inmensa mayoría de los usuarios de estos objetos, donde la mujer aparece cosificada como un mero objeto de deseo y de posesión. El análisis de las imágenes nos muestra a la mujer expuesta, en toda la extensión de la palabra. Expuesta a la mirada y al deseo masculino pero también la forma es masculina, pues responde a los resortes de su imaginación. La mujer es el sujeto paciente y erotizado. Le está vedado el uso de esos objetos en los que es protagonista. No existe equivalencia femenina para estos objetos. La libertad de la sexualidad femenina en la intimidad es la más secreta de todas, pues no le está permitido ni tan siquiera dejar huella física de la misma.