Desde el momento en el que nacemos formamos parte de un grupo, de una comunidad en la que nos educamos y nos desarrollamos como personas. La vida en sociedad implica, en cierto modo, el cumplimiento de unas normas concretas y de unos intereses y valores determinados, establecidos, en la mayor parte de los casos, por las propias costumbres, las propias creencias o incluso la propia supervivencia de la comunidad en la que nacemos.
La identidad de las mujeres y hombres se conforma de acuerdo tanto con la aceptación o seguimiento de esas normas como, por el contrario, la decisión voluntaria de no aceptarlas, implicando con ella la expulsión o el alejamiento del grupo de pertenencia. Al hablar de normas, estamos tratando, sin lugar a dudas, de la asignación de roles dentro de la comunidad y, en ese sentido, la perpetuación de unos roles de género determinados ha minusvalorado, en la inmensa mayoría de las sociedades y de los períodos históricos, el papel decisorio que han podido tener las mujeres en cada comunidad.
A través de los bienes culturales que aquí se presentan queremos revalorizar la importancia de las mujeres en las comunidades de las que han formado parte, sea ésta étnica, de lugar, religiosa, de intereses o, incluso, el ámbito familiar, la esfera de lo privado en que las mujeres han vivido recluídas durante siglos, responsables del cuidado del hogar, de la educación de los hijos y de la transmisión de los valores de sus respectivas culturas.