El Sr. D. Diego Hipólito Félix de Cantalicio Afán de Ribera, Alfoz, etc., etc., conde de Rumblar y de Peña-Horadada, hacía en Madrid la siguiente vida: Levantábase tarde, y después de dar cuerda a sus relojes, se ponía a disposición del peluquero, quien en poco más de hora y media le arreglaba la cabeza por fuera, que por dentro sólo Dios pudiera hacerlo. Luego daba al reloj de su cuerpo la cuerda del necesario alimento, como decía Comella, la cual cuerda pasaba aún más allá de la media docena de bollos de Jesús reblandecidos en dos onzas de chocolate. Incontinenti tenía lugar la operación de vestirse y calzarse, no consumada a dos tirones, sino con toda aquella pausa, aplomo, espaciosidad y mesura que la índole de los tiempos exigía. Una vez en la calle, dirigía sus pasos a cierta casa de la Cuesta de la Vega, donde es fama que habitaba la discreta mayorazga, con cuyo linaje la casa de Rumblar concertara genealógico y utilitario ayuntamiento. Esta visita no era de mucho tiempo, y al poco rato salía D. Diego para encaminarse ligero como un corzo a la calle de la Magdalena, donde vivía un señor de Mañara, de quien era devotísimo y fiel amigo. Era creencia general que comían juntos, y luego leían la Gaceta, el Semanario patriótico, el Memorial literario y cuantos papeles impresos venían de Valencia, Sevilla o Bayona, tarea que les entretenía hasta el anochecer; y por fin a la hora y punto en que las calles de Madrid se tapujaban con aquel manto de simpática oscuridad que el positivismo alumbrador de estos tiempos ha rasgado en mil pedazos, nuestros dos galanes salían juntos en luengas capas embozados, y a veces con traje muy distinto del que usaban durante el día [...]
Quinta entrega de los Episodios Nacionales, escrita en enero de 1874.
Tras la euforia española por la victoria en Bailén en julio de 1808, Napoleón
decide tomar cartas en el asunto directamente y entra con su Grande Armée en la Península, sumando sus mariscales victorias consecutivas en Gamonal, Espinosa de los Monteros, Tudela... Tras la batalla de Somosierra, Madrid queda amenazado. Allí se encontraba Gabriel, acogido por Don Santiago Fernández y su mujer Doña Gregoria, y participará en los trabajos de fortificación de la ciudad que está dirigiendo Tomás de Morla
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En la capital se encuentra también el prometido de Inés, el joven Don Diego, conde de Rumblar, más preocupado en apuntarse a francachelas con sus amigos que en brindar atenciones a la que debería ser su futura esposa. Acompañará a Juan de Mañara en sus visitas nocturnas a reuniones masónicas y sobre todo a la casa donde la Zaina y otras mujeres le ofrecían diversión.
Mientras tanto, se viven escenas de gran nerviosismo, el pueblo madrileño solicita armas y se sospecha de la presencia de traidores afrancesados entre los que se señala a Luis de Santorcaz y a Juan de Mañara. Éste último, regidor responsable de una fábrica de cartuchos, es acusado de haber rellenado los cartuchos de arena por la Zaina, desairada por un amor no correspondido. Finalmente la multitud asaltará su palacio de la calle de la Magdalena y lo asesinará.
La defensa de Madrid se hace imposible, a pesar de que gente patriota como Santiago Fernández, apodado “el Gran Capitán”, den su vida por ello. Napoleón instala su cuartel general en Chamartín y la Junta Suprema capitula, trasladando su sede e integrantes hacia el sur.
El cambio de situación convierte a Luis de Santorcaz en jefe de la policía francesa. Gabriel conocedor de que su amada Inés está en El Pardo con su tío el Marqués, logra disfrazarse del Duque de Arión y acceder a ella. El Marqués había abrazado la causa de José I y el engaño dura sólo unos breves instantes; Luis de Santorcaz logra detenerlo, enviándolo preso hacia Francia.
El recurso a la épica del pueblo español contra la ocupación francesa de 1808 fue recurrente por parte del Gobierno republicano durante la Guerra Civil española para motivar a la población a luchar contra el bando sublevado, que la propaganda identificaba con una invasión extranjera, dada la fuerte presencia de tropas alemanas e italianas, y equiparable así a la de principios del siglo XIX. Los episodios galdosianos de la primera serie se convirtieron de esta forma en referente y fueron objeto de reediciones durante los años 1936 a 1939.