El océano Pacífico abarca un tercio de la superficie terrestre y, desde antiguo, supuso un gran vacío. En el siglo XV los europeos deseaban alcanzar las costas del lejano oriente, interesados en las míticas tierras de Zipango y Cathay, ricas en sedas, oro y especias. Así las describió Marco Polo un siglo antes, noticia que impulsó la exploración portuguesa de las costas de África o la expedición de Cristóbal Colón hacia Occidente. Ambas direcciones, ambas empresas, no hacían sino atender el deseo de encontrar una ruta alternativa hacia aquellas lejanas costas.
Desde la Península Ibérica, “la mar Océano” era una inmensidad y un reto y, al enfrentarse a ella, Cristóbal Colón se encontró de bruces con un continente inesperado. Vino entonces la exploración y conquista americanas, aunque también la intención de continuar hacia el Oeste y lograr el ansiado objetivo de alcanzar las costas de Asia. A la expedición de Fernando de Magallanes siguieron otras muchas, que perfilaron en las mentes europeas aquel gran océano. Al mismo tiempo, la llegada a las islas de las Especias, el asentamiento de los españoles en las islas Filipinas y el inicio de los contactos comerciales con China, Japón y el resto del sudeste asiático propiciaron los contactos culturales y los intercambios comerciales. La “Mar del Sur” descubierta por Vasco Núñez de Balboa se convirtió así en un espacio de intercambios, afianzados con la regularización de los viajes entre Acapulco y Manila. Esta ruta, en ambas direcciones, convirtió al océano Pacífico en el denominado “lago español”, y propició los intercambios de productos, personas e ideas entre Asia, América y Europa.