08/03/2022
Actualidad de la Filmoteca
En las secuencias iniciales de Go Fish, la película de 1994 de Rose Troche, se nos explica (se explica a algunas mujeres reunidas en un aula, pero en realidad se les está explicando a quienes asisten a ver la película) la importancia de reescribir una historia inclusiva. Una historia en la que se rompan los cánones conocidos, se desplace la centralidad de las figuras destacadas tradicional y patriarcalmente, y se introduzca a las mujeres en los relatos históricos. Go Fish no cuenta nada que el feminismo de la entonces naciente tercera ola no estuviese reivindicando, pero resulta llamativo que una película de lesbianas pensada para los circuitos comerciales y que ganó el Teddy Bear en Berlín, lo expresase de forma tan manifiesta en un momento tan temprano de la misma.
Hace ya más de 25 años de aquello y hoy, mirando por el retrovisor, ese estreno (en España llegó a las salas entonces llamadas de “Arte y Ensayo”, pero llegó) sirve para explicar cómo las trazas de lo que en esos momentos ya se estaba consolidando como la tercera ola del feminismo se estaba implantando también en la cultura del ocio y el entretenimiento, aunque fuese a través de películas de esas que se han llamado “de tesis” (como si hubiera alguna película que no tuviese una tesis detrás). Lecciones de historia, en definitiva, que siempre tenemos que desaprender para seguir aprendiendo.
Llegamos al mes de marzo con una nueva programación (presencial y online) que quiere asentar una presencia del cine pensado, escrito y puesto en imágenes (y sonidos) por mujeres a lo largo de la historia: Rosina Prado, Cecilia Bartolomé, Jane Campion y The Women’s Event son las cuatro presencias sobre las que pivota dicha programación. Pero la existencia de cineastas en la programación de la Filmoteca Española es algo que, por fortuna, no se reduce a las celebraciones de marzo, sino que es algo normalizado que ocurre todo el año, mes tras mes y, lo que es mejor, sin necesidad de plantearlo ya como un espacio a ganar. No estamos diciendo que no quede trabajo por hacer, por supuesto que queda (en la sociedad en general y en las instituciones como Filmoteca Española en particular), pero es bueno también reconocer los espacios que se van ganando para la normalización.
Como archivo fílmico que apoya sus políticas en la preservación, además del acceso, en la Filmoteca Española somos muy conscientes de la importancia de las reescrituras de la historia. No por casualidad, cuando hace dos años se cruzó en nuestro camino y sacamos a la luz la figura de María Forteza, quizá la mayor lección a aprender fue la de la lucha contra la invisibilización que nos toca jugar institucionalmente. Así como existen figuras femeninas pioneras de nuestro cine como Elena Jordi, Helena Cortesina o Rosario Pi, de las que podemos saber a través de la prensa, en el caso de María Forteza ese rastreo no resultaba posible: no hay noticias del rodaje de Mallorca (o no hemos sido capaces de encontrarlas), y su presencia mediática se había ocultado bajo sus pseudónimos artísticos como mujer del mundo de la escena musical mallorquina: Mari-Mercé o Maruja la Isleñita. Por fortuna, el trabajo en el archivo y el hecho de volver una y otra vez la mirada sobre las películas y los materiales, nos permitió rescatar aquello que incluso en su momento pasó desapercibido. Y similar fue la experiencia con Rosina Prado más recientemente: fue el trabajo con las películas lo que nos llevó hasta ella. Pero en este caso las lecciones también son otras.
A pesar de haber regresado a España con la recuperación de las libertades democráticas a mediados de los años setenta, un momento donde parecía que todo era posible, y de haberse entrevistado con figuras respetadas y destacadas de la industria en años sucesivos buscando la manera de encontrar encaje en el sector, nunca pudo hacer cine en nuestro país. No importó, o no parece que fuese suficiente, su formación con el cineasta ucraniano Alexander Dovzhenko, o la inestimable experiencia que podía suponer haber trabajado en la organización del ICAIC cubano durante sus primeros y mejores años. Rosina Prado, a pesar de sus deseos de seguir rodando películas, nunca haría cine en España. Sus conocimientos y su experiencia no parece que tuvieran ningún atractivo para el sector, en la más amplia extensión del término. No fue hasta mucho más tarde, hace aproximadamente una década, cuando el historiador y catedrático de la Universidad de Murcia, Joaquín Cánovas, dio con ella y la situó en la historia de nuestro cine. Sin embargo, y a pesar de que en los últimos años se ha publicado mucho, por fortuna, sobre la presencia de las mujeres en el cine español a lo largo de su historia, ni las publicaciones de Cánovas, ni los actos de reconocimiento público que se le brindaron en un momento a Rosina Prado parece que hayan servido para ponerla en el lugar que se merece. Es más, hoy podemos ver las películas de Rosina Prado en España gracias a que fue ella, a principios de los años ochenta, quien compró al ICAIC una copia de todos sus cortometrajes y las depositó en la Filmoteca Española. Gracias a eso pudimos dar con ellas. Esperemos que, definitivamente en esta ocasión, se pueda incorporar a Rosina Prado, doblemente marginada como mujer y como exiliada, a las escrituras futuras de la historia de nuestro cine. Mientras esas narraciones no sean capaces de sumar y normalizar todas estas voces en su corpus teórico y político, tendremos que seguir desaprendiendo.