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Candelabro

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Francia, segunda mitad siglo XIX.Salto de línea Bronce, otros metales/ opalina/ madera. Salto de línea Fundido, dorado al fuego. Salto de línea Figura: 188 x 61 cm.; Peana: 39,5 x 53 cm.; Vela: 14 cm. Salto de línea Inv. 1798. Salto de línea Ubicación: Salón de baile

Catalogación: Sonia Rodríguez Bernis y Julio Acosta Martín.

Los candelabros de esta envergadura y complicación estaban reservados para el arranque de las escaleras y para las grandes entradas a las estancias de aparato. Solían disponerse en parejas y ostentaban numerosas luces, ya que eran los responsables de marcar el tono general de la iluminación. Esta pieza y su pareja estaban destinadas al salón de baile, una habitación concebida para lucirse por la noche, por lo que la luz artificial recibía una especial atención. Allí se hallaban también apliques de pared, bombas de luz en los ángulos del techo, y otra pareja de lámparas escultóricas, cuyo rendimiento lumínico se multiplicaba gracias a los espejos de los paramentos murales.

Esta pieza estaba preparada, en un principio, para alumbrar con velas, en una época en la que, aunque la iluminación de gas fuera la más común, todavía se consideraba más elegante, aristocrática y, sobre todo, más favorecedora para el aspecto de los invitados, la luz de las candelas. En el inventario general de la casa del año 1924 se citan “dieciseis arandelas para luz de vela, y cuatro bombillas eléctricas” al hablar de este candelabro. En la actualidad todas las lámparas son eléctricas imitando, en opalina, las velas originarias.

Las luces surgen de los cálices de un ramo de flores que sostiene una niña, que cubre su desnudez con redes de pesca, tocada con motivos marinos, y de cuya mano penden pescados; su pareja, un niño, se adorna con una corona de hojarascas y capullos, porta una vara con un nido de pájaros y un estuche de entomólogo, por cuya superficie pasean insectos. Estamos ante una representación simbólica de los mundos terrestre y marino.

El historicismo de la segunda mitad del XIX afecta también a la iluminación. Los candeleros y candelabros de gran porte, aunque nunca se habían dejado de utilizar desde que surgieran a fines del siglo XVII, recuperan ahora elementos estilísticos del pasado. Los nuestros recuerdan ligeramente a las piezas barrocas venecianas en las que contrastaban negros y dorados. Sin embargo, la iconografía es plenamente decimonónica, estando próxima a los grupos de niños que escultores como Mathurin y Auguste Moreau realizaban, por entonces, en bronce.

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