Luís Tristán (1580-1624)
Esta obra es un ejemplo magistral del que fue el principal continuador del taller del Greco, tanto el alargamiento de las proporciones como la violencia del claroscuro y el modelo del rostro derivan del Greco, aunque Luís Tristán supo dotar a su obra de una personalidad propia que lo consagra como el único pintor salido del taller del cretense cuya personalidad ha trascendido en la historia de la pintura.
La figura de Cristo, con la cabeza alzada y el cuerpo más o menos contorsionado, fue un éxito devocional en la Toledo de principios del siglo XVII, y se relaciona por su ambiente con obras de Orrente y de Ribalta. También su iconografía barroca, cayendo gotas de sangre de los brazos de la cruz, recuerda al llamado Sanguis Christi, el Cristo que vierte sangre de su cuerpo para lavar los pecados de la humanidad. Aparecen en este cuadro además la tibia y la calavera, símbolo esta última de la colina del Gólgota y relacionada con la Calavera de Adán a los pies de la cruz. Toda la escena se desarrolla envuelta por un cielo rojizo y tormentoso que representaría las tinieblas y tormentas que siguieron a la muerte de Cristo y entre las que se pueden ver un sol y una luna.