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Un descubrimiento prodigioso. Viaje al porvenir. Capítulo 2.

Hubo apuestas: se aventuraron hipótesis de todas las clases; fueron interrogados los amigos, deudos y parientes de los redactores de El Heraldo; pero nadie era capaz de adivinar la verdad, y por último se convenía en que no se sabía nada.

Todos esperaban con impaciencia llegase el día siguiente; y los industriales, comerciantes, bolsistas, empresarios, y cuantos vivían con el movimiento del día, giraban intranquilos de uno en otro sitio, como aturdidos murciélagos en días de tempestad.

Algunos más osados se habían presentado en la redacción del diario; pero fuese que los redactores no quisieran calmar aquella ansiedad, o que realmente lo ignorasen, respondían a todos los curiosos:

-En el número de mañana lo verán ustedes; hasta ahora nada sabemos.

Pero ya es llegada la hora de averiguarlo.

El estruendoso clamoreo de la muchedumbre vendedora sube de punto.

Hay un movimiento de concentración general, y se ve a la masa apretarse con fuerza, estrujarse horriblemente, y relucirse a la mitad de su volumen, pegándose a unas rejas altas, cuyas férreas hojas acaban de abrirse.

Como tableteo prolongado de horrendo trueno, óyese por todas partes una misma voz:

-El Heraldo, El Heraldo….

Y por aquellos huecos asoman multitud de cajistas con grandes brazados de paquetes que reparten a los más próximos, a guisa de propina, de algunos pescozones que los pacientes reciben sin replicar, ni darse por sentidos.

Después, como un mar agitado que rompe los diques y se extiende rugiendo por la ciudad así los vendedores fueron invadiendo todas las calles inmediatas, corriendo como almas que lleva el diablo, y anunciando con desaforados gritos su venta.

Por donde pasaban parecían espíritus revolucionarios que ocasionaban el desorden con sus voces.

De todas las casas salían personas que les arrancaban los ejemplares, sin disputarles el precio, que ellos habían tenido buen cuidado de triplicar.

Cuantos compraban El Heraldo recorrían con avidez su mirada por las dos primeras planas, buscando el artículo que esperaban, y nada veían.

¡Que desengaño más cruel!

Se recorren los sueldos de fondo, y por fin, como perdido entre otros menos interesantes, hay uno que dice así:

“Cumpliendo la promesa que ayer hicimos a nuestros lectores, vamos a darles noticia sobre el descubrimiento más maravilloso que cuenta el mundo. El Doctor Germán Planellas, célebre antropólogo que ha venido consagrándose, desde hace muchos años, al estudio profundo de la organización humana, ha descubierto la manera de interrumpir y continuar a voluntad la vida animal”

“Este prodigioso descubrimiento, fruto de grandes desvelos y estudios, hechos en su gabinete y sobre el cadáver, va a ponerlo en conocimiento de los sabios, o con ese motivo ha dirigido ayer una comunicación a la Academia de Ciencias Antropológicas Españolas, para que esta invite a todas las demás corporaciones científicas del mundo a una sesión extraordinaria en la que el doctor Planelles desmostrará teórica y prácticamente su descubrimiento”.

En otro suelto más inferior se leia :

«Hoy celebra junta extraordinaria, á la hora y en el local de costumbre, la Academia Nacional de Ciencias Antropológicas. En ella se dará cuenta de la comunicación dirigida por el doctor Planellas, á la que se contestará, y se acordará la invitacion que ha de hacerse á las demás corporaciones sabias de España y del extranjero.»

El suelto de aclaracion produjo un estupor general.

La noticia era para causar grande sensación, y por todas partes se advertia una animación como nunca.

Interrumpir y devolver la vida animal era increible.

La imaginacion más exaltada jamás hubiera pensado un segundo en este problema, sin rechazarlo como una quimera.

Nadie se atrevía á creer en la verdad de semejente noticia.

-Debe ser una broma de El Heraldo- decían unos.

-El Heraldo es un periódico demasiado serio para permitirse bromas de esta naturaleza con sus lectores- replicaban otros.

-Habrá dejado sorprender su buena fé y es igual.

-¿Quién es el doctor Planellas?- Se preguntaban mutuamente los hombres de ciencia; nadie lo conoce por sus escritos, ni por sus discusiones académicas.

-Vá, vá; el doctor Planellas debe ser un iluso - decía cierto célebre alienista, que arrastrado por la pasión de su estudio, creía sorprender actos de locura en todo lo que repugnaba á su razon.

-Esperemos, señores - decían los menos incrédulos - puesto que ha prometido pruebas, saldremos de dudas pronto.

Lo cierto es que la ansiedad había crecido hasta preocupar fijamente á las personas, y que todas deseaban llegase el día de la demostración. .

Nosotros esperaremos, y mientras tanto, expondremos algunas palabras sobre el grado de cultura y adelantamiento de la sociedad á fines del siglo XX...

(se continuará...)

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