El conjunto de azulejos pintados a pincel sobre esmalte blanco que componen y decoran esta cocina nos aporta valiosa información no sólo sobre lo que hacía en ella sino también sobre qué alimentos se servían, por qué y cómo. Sus cuatro paramentos nos cuentan que era una estancia dedicada a las reuniones informales de una familia adinerada del siglo XVIII. Un lugar en el que se realizaban refrescos, agasajos y pequeñas comidas para invitados girando muchas de estas reuniones en torno al chocolate, uno de los platos más degustados en la época.
Todas estas escenas decorativas descritas se completan en los cuatro paramentos con otros motivos en trampantojo: colgados de clavos y ganchos aparecen todo tipo objetos (cazos, sartenes, calderos, cucharas, almireces, aceiteras, anafres, parrillas, trébedes, etc.) y alimentos como aves (gallos, pavos, patos, perdices, codornices y becadas), mamíferos (conejos y corderos, vivos y muertos), pescados (frescos y en salazón), frutas, hortalizas y embutidos (jamones morcones, salchichones, butifarras, etc.).
Por último, es preciso remarcar que este conjunto decorativo se completa con añadidos que pretenden recrear el aspecto original de la cocina tales como una boca de pozo, un fogón y una encimera y una campana de extracción.
En definitiva, un amplio repertorio decorativo plasmado sobre cuatro paneles de azulejos de un palacio valenciano del siglo XVIII gracias al cual podemos conocer “de primera mano” qué es lo que sucedía dentro de estancias como ésta.