Si todavía no conocéis el Museo Nacional de Escultura, o hace años que no recorréis sus salas, hay múltiples razones para acercaros a visitarlo.
Los imponentes muros del Colegio de San Gregorio custodian cielos de madera casi infinitos y lo mejor de la escultura policromada española, con su explosión de oro y color. En la Casa de Sol, atentos a vuestra llegada, reposan los héroes y dioses de la Antigüedad en sus cáscaras de yeso. Finalmente, en el Palacio de Villena, la ciudad de Nápoles se celebra a si misma en un festejo permanente expresado en un singular Belén expuesto durante todo el año en un atractivo escenario.
Nuestra colección es una hija de su tiempo y por ello resulta necesario reflexionar sobre lo femenino que hay —o no hay— en ella. Las ausencias y presencias obedecen a un contexto evidente: el de la doctrina de la Iglesia y la necesidad de construir arquetipos de vicio y virtud. Estos modelos de perfección cristiana terminaron convirtiéndose en rígidas normas que en buena medida restringieron la libertad de gran parte de las mujeres a lo largo de varios siglos.
Os proponemos una visita, planteada con espíritu crítico, en la que podremos debatir la vigencia de estos cánones y los efectos que aún tienen en el mundo actual, a la vez que visibilizamos la historia de la presencia femenina dentro de la colección.
A medida que cambia el mundo, se hace necesario el cambio de la exposición permanente. Apelar a la «caja fuerte» del Museo puede arrojar resultados muy estimulantes tanto para el público como para la comprensión de los nuevos discursos expositivos. Recientemente desde el Museo hemos promovido cambios en algunas salas de nuestra exposición permanente abriendo diversos espacios de reflexión en torno a la cultura de la madera, la estética del mármol, los retablos como obras de arte totales y muchos aspectos más que seguro os sorprenderán.
Estos nuevos espacios representan una invitación al visitante para que abiertamente se cuestione si existe un orden correcto en la presentación de las obras de arte.
En la Casa del Sol habita una musa que nos invita a adentrarnos en la serena belleza del mundo clásico grecorromano. La gloria de la Antigüedad nos interpela mediante algunas de sus obras más destacadas como el Doríforo, el Laocoonte o la Venus de Medici. Todas, réplicas fidedignas de sus respectivos originales. Todas, testigos de una época diferente en la que el yeso tocaba el mármol, en la que la huella de la escultura se hacía patente en sus vaciados.
La Casa del Sol representa un remanso de paz y belleza en el corazón de la ciudad. Un lugar único en el que estas blancas figuras nos hacen interrogarnos sobre la naturaleza del arte y por la esencia de lo «original».