Autorretrato de un creador

Autorretrato, D. Velázquez

Autorretrato. Diego Velázquez, siglo XVII.

Si la escritura es un momento clave en el progresivo descubrimiento del yo, el autorretrato independiente —no «contextual», como era habitual en siglos anteriores— es igualmente un acto de consciencia que reafirma la identidad del pintor. Y ninguno mejor para comprenderlo que este de Velázquez, en el que el artista se presenta a sí mismo, sin pretextos, como centro exclusivo de su tela, sin símbolos, ni inscripciones ni apoyos escenográficos. Decía Maravall que Velázquez concibe la pintura como una indagación en «primera persona»; que su pintura responde a la obsesión por capturar la individualidad de las cosas, su cara más singular. Y en la cumbre de esta búsqueda está el autorretrato, entendido no con un propósito de gloria, sino como conocimiento de sí mismo. Con Velázquez la pintura se instituye como una forma plena de sabiduría, una ocupación superior, de naturaleza intelectual, que «inven-ta lo que aún no ha sido hallado», que funda el mundo, en una tarea equivalente al gesto divino de hacer las cosas. Hoy llamamos a eso creación. Es decir, cumplir el ambicioso plan de la «melancolía generosa» propuesto por Durero.

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