Y es que la guerra fue una «finalidad» total, sepulturera y desesperante. Hasta doce millones de hombres se transformaron en combatientes a lo largo de la centuria. En un registro menor, pero elocuente, el autor nos muestra un grupo anónimo de soldados sentados en un pretil, en los que el ardor bélico ha dejado paso a la extenuación, más evidente en la figura central que, abatido, esconde la cabeza entre sus manos. Este dibujo en tinta sepia se debe posiblemente a la mano del extraño Salvatore Rosa —quizá él mismo partícipe de la revuelta antiespañola de los napolitanos en 1647—, quien dejó una larga serie de grabados y dibujos sobre la figura del soldado.