Bodegón con cajitas de dulces, del madrileño Juan van der Hamen, un influyente bodegonista de su tiempo, tiene, en apariencia, todas las cualidades de lo intrascendente: unas cuantas golosinas, tan apreciadas en la corte. Sin embargo, a pesar de su dulce contenido, solo vemos sus envases ciegos y mates, como geometrías en su más alto grado de depuración: cilindros, esferas y óvalos, herméticos y misteriosos, como si, a pesar de su poderosa presencia, no se pudieran abrir, ni con-sumir, ni explicar.Salto de línea Influido por el fúnebre lirismo de Sánchez Cotán, Van der Hamen dispone los objetos en un antepecho sobre un fondo sombrío, significación de la nada. La luz que cae sobre ellos les confiere una cierta monumentalidad, como personajes de un drama, ajena a su procedencia cotidiana y banal. La economía de medios, el rigor de las formas y su concreción fantasmal contribuyen a producir un efecto de desierto, nocturnidad y abismo —ese abismo al que la cucharilla va a precipitarse en su inminente caída—. En su triste sobriedad resuena el lacrimae rerum de Virgilio: «Hay lágrimas en las cosas y tocan a lo humano del alma».