La exposición Tesoros eléctricos presenta una serie de objetos decorativos que reproducen ajuares de orfebrería antigua y que documentan la opulencia, la elegancia funcional y la pintoresca ornamentación que en la Roma altoimperial alcanzaron las artes decorativas. Sus facsímiles fueron fabricados en la década de 1880 para la colección nacional de reproducciones artísticas, hoy perteneciente al Museo Nacional de Escultura. Tras un olvido de casi setenta años, salen ahora a la luz.
Pero esta muestra no solo ha querido recrear aquel arte milenario. Más sugerente resulta presentarlo en su contexto histórico, el de la euforia innovadora de la segunda revolución industrial y, por tanto, como experimentos fabriles nacidos de una misteriosa aplicación de la recién descubierta electricidad —el «hada electricidad»—. Se trataba de la galvanoplastia, un complejo arte por atracción que permitía obtener réplicas exactas en metal de obras de arte y objetos de consumo.
Su producción vino a coincidir con el entusiasmo por los objetos decorativos de la joven sociedad del capitalismo urbano, ansiosa de embellecer su propia vida. Y este exquisito arte romano daba a los industriales la oportunidad de inspirarse en modelos prestigiosos, destinados a complacer el gusto de estos nuevos consumidores. Así es como se trabó una alianza entre el arte y la industria, gracias a la cual ciudadanos de todos el mundo pudieron disfrutar, en los museos y en sus hogares, de estas bellezas que antes solo estaban al alcance de poderosos.
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