“La soga” (Rope), estrenada en 1948, sin duda no es la mejor película Alfred Hitchcock, aunque sí su primera obra en color, y como toda su producción, recomendable. Para hacer más verosímil la intriga de esta teatral trama, la cámara fluye por todos los rincones de un apartamento en largos planos secuencia, permitiéndonos reconocer en detalle un escenario único en el que destacan 3 testigos mudos de toda la historia. Y son ellos los que precisamente nos interesan para hablar de coleccionismo a mediados del siglo XX.
Quizá pendientes del desarrollo de la trama o compartiendo la angustia de uno de sus protagonistas provocada por el remordimiento y el miedo a ser descubierto, el espectador no se da cuenta de la presencia de tres cerámicas antropomorfas que decoran este apartamento ubicado en Nueva York. Ciudad que se intuye a través del ventanal principal, un diorama o decorado que resalta aún más el carácter teatral de esta película.
Estos testigos mudos son tres figuras cerámicas procedentes de la Costa Occidental de México, posiblemente de los estilos Nayarit y Colima (200 a.C.-500 d.C). Estas características cerámicas antropomorfas, con un engobe de color rojo oscuro en unos casos y/o policromía, representan hombres y mujeres en diferentes actitudes. Suelen formar parte de los ajuares funerarios de las tumbas de “tiro”, ubicándose en las cámaras funerarias a las que se accede a través de un pozo vertical de varios metros de profundidad.
Es curioso que Hitchcock eligiera estas 3 figuras para decorar el apartamento del protagonista, seguramente buscando reflejar el carácter del propietario del mismo, pero también mostrando un interés coleccionista emergente, que debía estar de moda a finales de los años 40 del siglo XX en la clase social elevada. La consolidación de la revalorización de este patrimonio prehispánico tiene su cúlmen en la creación del Museo de Arte Primitivo (1954) con la colección privada de Rockefeller. Este museo, abierto precisamente en Nueva York, posteriormente (1976) pasará a integrarse en el Metropolitan Museum.
El problema que generó este afán coleccionista y que continúa hoy en día, es que se fomentó el expolio de los yacimientos arqueológicos y consecuentemente la destrucción del contexto que nos permitiría hoy en día entender mejor quiénes eran y cómo vivían o qué pensaban las gentes que produjeron estas hermosas obras de arte.